Solo en la ventana pasaba los días contemplando el fondo de la calle, esperando divisar la silueta de su amado, encadenado a un alféizar del que no quería separarse, deshojaba una margarita pensando en su amor imaginando un reencuentro lleno de pasión al que se entregaría sin medida. Triste y sólo vivía en su ventana viviendo de viejos recuerdos que alimentaban su alma, recuerdos de un pasado que casi no podía recordar.
El
tiempo iba pasando y la flor de su recuerdo se marchitaba muriendo poco a poco,
jamás una flor duró para siempre, el desespero y la desolación fue invadiendo
su jardín arrasandolo todo a su paso, la vida se colaba entre sus dedos como la
arena se filtra en un reloj de arena, muriendo un poco cada día, amor dónde
estás? Por qué no regresas a mi?.
Pasaron los años y nunca regresó, solo y hundido paseaba por la calle, como un perro sin dueño, cabizbajo y desolado, atormentado por la ausencia de un recuerdo que no pudo conservar. Todo era gris y frío, áspero y denso, una vida muerta carente de expectativas, naturaleza muerta que nunca resurgirá.
Una tarde de invierno como todos los días, preparó su café y se acercó a su única amiga y compañera, su querida ventana, confesora necesaria de recuerdos perdidos a través de su historia, posó su taza en el alféizar y recostado en la pared vislumbró en la lejanía una sombra, un andar cadencioso que le resultaba conocido, tomó un trago de su café y observó cómo esa sombra avanzaba por la calle, convirtiéndose en la silueta de un hombre, avanzó y avanzó hasta colocarse bajo su ventana, miró hacia arriba y sus miradas se encontraron, dos lágrimas se deslizaron por su cara, inmóvil, paralizado no podía creer lo que estaba contemplando, el hombre entró en el portal y subió las escaleras, la puerta se abrió y los dos se contemplaron, en silencio, callados, el paso de los años se apreciaba en su rostro, la guerra había durado demasiado tiempo, tanto que la soledad casi termina con él. Con el macuto al hombro y vestido de esperanza espero una señal, un movimiento, una reacción, Jon salto a sus brazos entre lágrimas, sollozando en alto, lo abrazó todo lo fuerte que pudo, nunca más saldría de su vida, una explosión de color invadió su cuerpo, floreciendo su jardín, rosas y violetas, glicinas y rododendros, un jardín renacido que jamás volvería a morir, por qué hay rosas que si viven dos primaveras.
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