MARI

Nahikari Etxabarri - Errikarta Rodríguez

Aitite, algunas veces, nos contaba historias sobre Inguma, criatura perversa también llamada Maumau, y nuestros pequeños cuerpos temblaban al tiempo que disfrutaban de la adrenalina del miedo. Sin embargo, nos acostábamos recitando las frases antídoto para que no entrase en casa el malvado Maumau: «No aparezcas hasta que hayas contado toda las es de las estrellas en el cielo, de la hierba en la tierra y de la arena en el mar». Esto solía ser suficiente para ahuyentarlo y conciliar el sueño en paz.

 Los días de sirimiri invocan a Inguma. Así lo comprobamos aquella noche en la que dormimos casi a la intemperie, en una roída tienda de campaña canadiense en tierras de Baigorri. Quisimos pernoctar en sus dominios por el simple hecho de tambalearnos entre la inquietud de ver a ese ser horrendo inmiscuido en nuestros sueños y el posible insomnio por el terror que le profesábamos. Esa noche no recitamos las frases para que no se presenciase, sino que queríamos que apareciera y así lo hizo. Caímos rendidos de cansancio en el regazo de Aitite. Ahí empezó todo. 

Recuerdo un sueño pesado, a Maumau agarrándome fuerte con sus manos frías y enseñándome los dientes. Me arrastraba… pisaba a mi hermana contra el suelo. Angustiados, mientras intentábamos zafarnos, Aitite se alejaba y desapareció entre el humo. Casi inmediatamente, una silueta femenina nos tomó en brazos: Mari. Sopló tan fuerte contra Inguma que lo perdimos de vista. Fuimos arrojados del mundo de los sueños a nuestros sacos de dormir en Baigorri. Allí, ni rastro de Aitite (almas rotas), no volvimos a verlo.

A partir de aquel momento, me refugié en la cálida presencia de Mari, como si no pudiese entender la vida sin su fuerza ni su imagen de libertad (Como dice su himno: Mari, Libre izateko haiz jaioa, nacida para ser libre).

Ama, tú que habitas en el centro de la tierra, Mari de los cielos, protectora, guíanos siempre por el buen camino. Peine de oro con el que engalanas tu pelo de fuego, fuego en el pelo, viento en el corazón, éxtasis en flor que los bosques reconocen como diosa de los vascos. ¡Ama, no me dejes nunca!

A tu encuentro voy, madre protectora que con gran anhelo cuidas de todos tus hijos. Cuánto amor brota de mis entrañas, cuánta admiración, hoy caigo de rodillas a tus pies y acurrucado, como cuando era tan solo un chiquillo, sueño con Gentiles y Lamias, con Sugoi y el Basajaun, cuánto añoro mi infancia, cuánto he aprendido de la profundidad del bosque. Lobo de Lekanda que poco a poco fue poseyendo al infante, adentrándose en sus pensamientos, en su alma. Lobo majestuoso que, tumbado a tus pies en la entrada de Supelegor, vigila atento la llegada de forasteros. Su mano cae entre las orejas y la fiera cierra sus ojos….

Ojos inquietantes que suspiran en admiración y devoción a una madre protectora. ¡¡Si tan solo pudiera contemplarte una sola vez más!! ¡Si tan solo pudiera ver tu cabellera de fuego movida por el viento! Éxtasis de un contemplador que solo aspira a permanecer el resto de sus días junto a ella, lobo manso que siempre lamerá sus manos demostrando su sumisión. ¡Ama de mi vida, no me dejes nunca!