La Tempestad en Mariurrika Kobazuloa.
Las sublimes fragancias penetran desde el diluvio interior, para ser dosificadas en lágrimas saturnianas procedentes de la tempestad reservada en las gotas del pudor heroico.
Las aguas alteradas, desde los libros de las grutas solares en el paisaje del cuerpo, provocan las catástrofes de una narración atacada por la violencia de la luz solar de un terremoto acuático.
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Leonardo da Vinci se adentra en Amboto para verificar la singularidad de la gran gruta, para así observar los movimientos del diluvio de Amboto, para experimentar las luces de las oquedades del interior de la Dama de Amboto.
El espíritu infatigable de Errikarta Rodríguez camina sobre el Diluvio, alerta a los animales del gran Diluvio provocado por Zeus. Deucalión y Pirra, constructores del Arca alada, elaboran un mapa de salvación registrado en las cimas de Gorbea, cumbres iluminadas por el musgo de Quirón y el laurel de Dafne, desde los reflejos de las aguas subterráneos, el poeta aspira el aroma de las plantas acuáticas, de las flores de Loto.
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La combinación de las palabras de Errikarta, mantiene activo el lenguaje animal y vegetal al plasmar la sinceridad de una Tempestad interior, un Diluvio mutado en morada de soledad. El Diluvio es un refugio para el poeta atormentado por su poder transformador.
¡Oh, Diluvio ilustrado! ¿Cómo abrirse entre las inundaciones profundas de las grutas de Mari? ¿Cómo llegar a los abismos inmensos de Errikarta? El Mar de lágrimas vuela hacia el cielo.
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Aguas ocultas bajo la esencia del escritor/adivinador que, por medio de las aguas, organiza el laberinto de soledad.
Manos de poeta convertidas en pilas bautismales, fuentes budistas de vidrio con estela coloreada por Ibarrola para explicar, en el nocturno de Leonardo, las apariciones que separan la iluminada cima de la montaña del valle en sombra telúrica.
-Erri, deberías convertirte en ballena, una confirmación de tu encantamiento ante la mar, de un conocimiento que remite al Próspero de Shakespeare, gobernador de vientos, hechicero de bibliotecas.
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El apasionante escrito de Erri, un humedal hercúleo, florece desde el interior de una fortaleza sembrada desde los meandros de una tormenta de humo que proyecta una Naumaquia ancestral.
Al deambular por las borrascas del terror, desde su lucha por las libertades, la prosa en verso cubre de color el alma del poeta/pintor que, bajo la espuma farragosa del Diluvio, muestra la elevada cima que parece tocar el cielo, el mar de nubes.
Viento aplastado que cubre las praderas de los montes, mar embravecido que se adentra en el alma de Erri.
Aguas que rasgan el ojo invisible del poeta.
¡Huye, Erri!
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Leonardo da Vinci dibuja las nubes oscuras de Bilbao. Sus imágenes del viento victorioso, penetran en Erri para crear los efectos psicológicos que concatenan ciencia y arte.
Los sonidos deleitan al poeta que, interiormente, descubre la magia de la ut pictura poesis.
Efectos, efectismo e ilusionismo, que aluden audazmente a la veneración sagrada por la madre Naturaleza, atracción subterránea exaltada desde las vivencias primigenias.
¡Ruidos de truenos!
¡Ahogados, Julieta y Romeo, lloraban para invocar a la diosa del amor!
¡Lamentos y alaridos del poeta!
¡Huye, Erri!
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Por favor, lean esta visión apocalíptica de Errikarta:
Aquí me encuentro, solo, en la oscura y húmeda gruta de mi habitación, solo, y hundido, luchando en este mar, esta tempestad que me arrastra mar adentro sin dejarme respirar. Tempestad en mi mente que no puedo controlar. Poco a poco, voy haciendo aguas en este barco sin timón, capitán abandonado y solo en un mar de sentimientos. ¡Ya no puedo más!
Zozobra en mi cuerpo, mis huesos, diluvio universal que me lleva a la desesperación, soledad. Olas gigantes de lágrimas que van inundando mi ser, barco sin control, que golpea todo a su alrededor, naufragio inminente de un navío sin capitán. Capitán abandonado en un camarote oscuro, esperando a que el Diluvio llame a su puerta y, agarrándole de la mano, le conduzca al fondo del mar. Náufrago.
Arca sin Noé, arca vacía que se precipita al fondo del Océano. Aquí me encuentro, en pleno diluvio con el agua por las rodillas, soledad y desesperación, miedo. Miedo de verme solo en esta tormenta de sentimientos que atormenta mi psique, miedo de dejar todo, abandono.
A ti me enfrento, seguro y sereno, me acerco al final. Palco necesario que me deja ver mi desenlace, actor protagonista de la obra de mi vida, me coloco en tu proa, cierro mis ojos y, abriendo los brazos, me entrego a ti.
Entregado a Ítaka, el anacoreta de Gorbea escribe el Códice Vasco; atacado por la furia de los vientos, sale de su habitación sin moverse, alcanza la gruta nevada que recubre sus ideales.
Ante la repentina inundación, el poeta comprende las fuerzas incisivas del gran diluvio que, entre los cuatro elementos, desde la Habitación propia, recorre como nadador del amor sus cumbres de Gorbea. Al interiorizar el pensamiento del Viento, se convierte en héroe arropado por las alas de Mercurio, envuelto en la tormenta, camina por sus textos en soledad.
¡Erri, huye a las cimas de Gorbea!
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El olor y el ardor se imponen sobre el dolor y la alegría, ambivalencias conciliadoras que se establecen con exactitud; el Diluvio forma parte del cuerpo del poeta, sus abrazos eliminan las amenazas, sus manos reconocen al adversario, se cubre sus ojos viriles vividos desde la natación pura, impregnada con el desafío cósmico, apoyado en sus símbolos crea el Ideal neoplatónico de Soledad.
Errikarta, avanza con Poseidón, se entrega a la soñadora seducción de los hipocampos, así acaricia sus blandas corrientes que construyen el viaje de la metáfora a la alegoría desde la constante metamorfosis.
El poeta, vestido de guardacostas, arranca las corrientes del Diluvio con rabia animal, con alma dulce que define al héroe por mar.
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