C. D. FRIEDRICH

Sentados hombro con hombro contemplamos un lienzo en blanco. Absortos en la contemplación reclinó mi cabeza sobre su hombro tratando de adivinar sus ensoñaciones, sus visiones más secretas y sin quererlo me adentro en su cabeza. Cuerpo y alma poseído en el que me siento tan identificado que su mente es mía.  

Loco melancólico que me atrapa no dejándome escapar. Por qué somos tan iguales, por qué nuestro llanto es compartido en tantas y tan pequeñas cosas?. Perdido en la belleza, sumido en pleno éxtasis, le agarro de la mano y volamos libres al interior del lienzo. Una mirada, una sonrisa y todo se vuelve de color. Blanco inmaculado que vestido en forma de flor cubre los arenales de mi vida.  

Urdaibai, mi querido Urdaibai que tanto me has dado, hoy te visto de camelias blancas. Blanco engalanado que crea un mar etéreo en el que me convierto en su guardián, caminante errante que siempre cuidará de tí. Pinceladas maestras que crean un entorno secreto en el que siempre viviré. Como no dejar de soñar con Friedrich, como no enamorarme de su cabeza, de la belleza, si apenas pudiera recorrer su diestro pincel por mi mente. ¡Si yo fuera su destino!....... 

Tanto tiempo he recorrido tu obra, tanto me he desgarrado y roto, para después poderme reconstruir. Tantos mares, tantos umbrales que mi vida ya no es la misma. No puedo, no quiero vivir sin arte. Si supieras todo lo que has significado en estos cinco años, si supieras lo que me has curado. ¡Estarías tan orgulloso!. Hoy te agradezco este regalo. Yo siempre seré el eterno caminante de tu amado mar de nubes.